Mi experiencia anterior con Chord siempre ha sido de productos que enseguida muestran su carácter, guste o no. Si nos gusta, el sonido nos enganchará enseguida y nos haremos incondicionales de la marca, si no encaja con nuestro gusto –o nuestro equipo tal como esté configurado en ese momento– ocurrirá lo contrario. Yo he pasado por ambas fases, aquél DAC 64 por ejemplo no me convenció en su momento –aunque no recuerdo qué tenía entonces–, pero luego disfruté mucho de una etapa SPM 1200 una temporada hasta que cambié otros componentes y no encajó. El Hugo sigue esa tradición: en cuanto lo escuchas sabes qué perfil sonoro ofrece, es curioso qué “diferente” suena a otros convertidores… ¡me lo pone fácil, la verdad! Y es que a veces hay DAC o fuentes digitales a las que es difícil dar un carácter determinado, pero como veremos éste no es el caso. ¡Y ojo que es algo subjetivo! De hecho buscando referencias sobre él he encontrado cosas contradictorias, pero tengo claro que es porque son opiniones y éstas se fundamentan en gustos personales, y en equipos concretos…
¿Y cómo es ese sonido tan particular y diferente? Pues, en una palabra: enérgico. Da igual el equipo en que lo haya probado, al introducir el “factor Hugo” ese equipo siempre ganaba unos puntos en viveza, en dinámica, mejoraba los ataques de las notas, parecía que la cantante de turno acababa de ver a alguien querido en el público y se ponía con más ganas…
Comparando el Hugo a mis otros DAC a través de conexiones SPDIF, las diferencias se diluían un poco, pero ese carácter dinámico y enérgico del Chord siempre salía a relucir. Quizás la alimentación a baterías juegue un papel en eso, pero el grave del Hugo es extendido y rico, y esa riqueza se mantiene hasta las frecuencias medias. En esto me ha recordado, y es todo un piropo, al Rega DAC, que tantas veces me arrepentí de haber vendido porque aunque no era tan detallado ni “perfecto” como mis DAC con chip Sabre, tenía un lado cálido, humano, qué sé yo, que echaba de menos… y que el Chord Hugo me ha devuelto.
El enfrentamiento que dejó más claro el perfil de cada aparato fue vía USB con el Auralic Vega, como sabrán nuestros lectores mi referencia como yo digo en precios “humanos” –por debajo del millón, y no de euros– desde que lo probé hace ya más de un año. Aquí seguía patente la energía que desprende el pequeño Hugo, pero aparecía en el Vega algo más de información, esas micropistas de algunas grabaciones que nos hacen imaginar cómo era el estudio o escenario donde se hizo la toma. Y según el disco o corte, había un DAC que claramente era preferible a mi gusto: el Auralic ganaba con las voces por su suavidad aterciopelada pero sin perder detalles –al contrario–, el Hugo destacaba con las guitarras o el piano por su ataque directo y rápido. El Vega suena más refinado, más suave, y sigue emitiéndonos mucha información –el aire alrededor de una batería situada en segundo plano y su colocación en profundidad por ejemplo–, pero con el Hugo esa batería suena más viva y, según cómo sea la toma, alguna voz puede llegar a sonar agresiva antes que con el otro. Al final, podría concluir que el Hugo cambia algo de información por energía, y eso como digo según la grabación, el equipo o el gusto de cada uno, puede ser definitivo para que nos agrade en mayor o menor medida.
En mi portátil y en un nuevo minipc sin ventilador que tengo dedicado al audio –basado en Intel Z3736F con disco eMMC, por poco más de cien euros muy recomendables–, ambos con Windows, el driver de Chord no me dio ningún problema –uso Foobar y ASIO–, incluso reproduciendo a las máximas frecuencias admitidas. En el otro extremo también probé en el Hugo la recepción Bluetooth, algo sorprendentemente fácil de activar con un móvil o tableta por cierto, y funciona bien pero además de la limitación de calidad –16 bit y 48 kHz máximo– es algo para muy cortas distancias: más tarde descubrí que en la ficha técnica dicen “máximo 5 m” y no exageran. Pero para algo como Spotify y de forma casual, música de fondo o con visitas, un descubrimiento.