El mito de McIntosh
Pensé que me pasaría como a Luis Miguel Dominguín quien nada más pasar su primera noche con Ava Gardner salió corriendo a vestirse mientras ella le preguntaba: ¿Pero adónde vas? A lo que el diestro le contestó: ¡A contarlo!
Desde hace pocos días tengo en mi sala un McIntosh MA252. El primer amplificador integrado híbrido en la larga trayectoria de la marca de los ojos azules. Temía que el mito de McIntosh venciese a la razón y no estar en condiciones de escribir algo con visos de autenticidad. No es que pretenda escribir una reseña de un amplificador integrado a tenor de los gráficos que me brinde un analizador de espectros o un osciloscopio, nada más lejos de mis intenciones. Si en el Hi-End no hay pasión ni sentimiento queda convertido en cacharros y electricidad, cosa que también tiene su gracia pero no está dentro de mis predilecciones. Así que antes de escribir una sola línea lo he tenido reproduciendo música en todos los formatos y de prácticamente todos los estilos: pop, rock, blues, jazz, electrónica, ambient, techno, chillout, bandas sonoras, clásica, neoclásica, minimalista, avant-garde, incluso scores de videojuegos. Si tengo que hacer un ejercicio de síntesis y emplear una sola palabra para definir lo que he pensado y sentido durante estos primeros días de contacto me quedo con “musicalidad”, y si se me exige un resumen aún más sintético: “música.”
Hay aparatos entry-level que ni son entry –se quedan en las jambas de la puerta–, ni son level –no pasan el listón ni por debajo–. Quedan en sucedáneo. En un sí pero no. Son como esa botellita de cristal llena de arena que lleva rotulado en su etiqueta: “Souvenir from Tahití” que nuestro cuñado nos ha traído con algo de malicia. Porque quien ha sentido la blanca arena en los pies y se ha bañado en aguas turquesas es él. Nos ha traído no un recuerdo que no podemos tener de Tahití puesto que nosotros no la hemos pisado, sino un recuerdo de que él ha estado bronceándose en la Polinesia francesa mientras nosotros estábamos cociéndonos a 42 grados a la sombra en el trabajo.
El MA252 es el amplificador integrado más económico que fabrica la marca neoyorquina pero no por ello deja de ser el prodigio de máquina de hacer música que es por herencia y por derecho propio. Pero veamos de qué electrónica se trata.
Es un modelo híbrido con una sección de previo a válvulas y con la de salida a transistores en clase AB, con un potencia declarada de 100 vatios a 8 ohmios y 160 a 4 ohmios. Su chasis homenajea a la mítica etapa de potencia Mc275 de la marca. Cuenta con un frontal y tapa superior en acero inoxidable cromado con la típica inclinación de la MC275, donde lucen un potenciómetro para el volumen y otro para la selección de entradas y manejo de los menús. Una toma jack de 1/4 la cual cuenta con tecnología “Headphone Crossfeed Director” para el uso de auriculares de alta impedancia. Al lado del potenciómetro de volumen tenemos un indicador de encendido y standby. Por encima de de la cornisa inclinada tenemos cuatro válvulas, dos 12AX7a y dos 12AT7, protegidas con unas rejillas metálicas tubulares. Las válvulas están emplazadas dos a cada lado y colocadas con un ángulo que parece que apuntasen hacia su pantalla LED. Ésta muestra la información de entrada seleccionada y volumen, además de usarse para configurar otros parámetros. Por encima de la misma tenemos rotulados la marca y modelo de la electrónica con la genuina tipografía McIntosh y con su patentado color verde. La pantalla sirve de cara delantera del bloque donde se hallan instalada la sección de potencia basada en la topología del McIntosh MA5300. Emplea 8 transistores semiconductores “Thermal Track On” en configuración bipolar y con diodos integrados para evitar desfases térmicos y posible latencia operacional. Encontramos también un masivo transformador tipo R-Core y dos grandes capacitores de 18000 uF/80V en la base del amplificador.
El bloque de transistores está flanqueado por dos disipadores de aluminio cuya silueta conforma el monograma de la marca si se ven en perspectiva cenital y que ayudan a reducir el tiempo de calentamiento de las válvulas. En los laterales encontramos sendas placas de aspecto metálico de un tamaño generoso en las que puede leerse “McIntosh” y en la característica tipografía subíndice “252.” Además cuenta con dos tecnologías patentadas para apagar la unidad en caso de cortocircuito y para impedir dañar las cajas acústicas por distorsión o sobrecargas llamadas “Sentry Monitor” y “PowerGuard.”
En la trasera del aparato, en la parte superior tras la sección de potencia, encontramos los bornes para conectar los cables de las cajas acústicas fabricados en latón y bañados en oro con un tacto superlativo y una calidad irreprochable. Más abajo de izquierda a derecha encontramos: portafusibles y justo debajo toma de corriente IEC hembra; salida para control de encendido de otros dispositivos McIntosh y justo abajo puerto de datos; salida mono para subwoofer tipo mini-jack; entrada balanceada XLR; dos entradas RCA; entrada phono y justo abajo toma de tierra en latón chapado en oro con un acabado y tacto apabullantes.
La unidad descansa sobre cuatro patas de goma robustas y funcionales. Todo el conjunto tiene el icónico aspecto industrial vintage de la marca de Binghamton, pero la pantalla LED le dan un agradecido toque de modernidad.
El mando a distancia HR091 es de tamaño pequeño y forma ergonómica. Cuenta con un piloto rojo en el extremo superior izquierdo que se ilumina cuando pulsamos cualquier tecla. Sumamente útil porque nos avisa de que nos hemos quedado sin pilas. Ya se sabe que el audiófilo puede estar dotado de una inteligencia superior, pero cuando el mando se queda sin pilas todos somos ese primate que aprieta y aprieta los botones hasta descoyuntarlos. Se pueden controlar todas las funciones del MA252 tanto desde los dos potes del integrado como con el mando suministrado, que cuenta además con controles de reproducción básicos para poder manejar un reproductor de CD/SACD o transporte McIntosh. Tiene un tacto muy bueno, aunque me hubiera gustado que estuviese hecho de metal u otro material que no fuese plástico. Y hasta aquí la parte prosaica del asunto.
Si la cara es el espejo del alma el frontal de un componente hi-end es su carta de presentación. En esta presentación estrecharse las manos equivaldría a tocar su potenciómetro de volumen. Cuando toqué por primera vez el pote del MA252 mi sensación fue contradictoria. Lo noté como de juguete, como si no tuviera el peso o la solidez que el resto del aparato transmite. Pero sólo faltó girarlo tres o cuatro veces más para que esa falsa primera impresión quedase esclarecida: el pote parece no pesar nada no porque no sea sólido y contundente sino porque tiene tanta calidad e ingeniería aplicadas que no sufre de rozamiento aparente. Es como si levitara, como si las leyes de la gravedad no le afectasen. Y creo que este primer apretón de manos define muy bien lo paradójico y esencial de su sonido: suave y contundente a partes iguales.
Comienzo la audición con el disco que me enseñó a escuchar Jazz. Un amateur del saxo con más de 40 años de entrega vocacional al instrumento me tranquilizó cuando le dije que de joven odiaba toda la música jazz. “El jazz es una música a la que se llega ya con una cierta madurez”, sentenció. Odiaba el jazz porque no podía domesticarlo, porque no era como una canción pop facilona la cual te aprendes de carrerilla con escucharla tres o cuatro veces. Sin embargo, creía erróneamente que al jazz había que aprenderlo o peor aún aprehenderlo. El jazz es libertad y el disco que me enseñó esta primera y única norma es “Obatalá” de Jerry González & The Fort Apache Band –Enya Records, CD–. Se llama “neoyorricans” o “neoyorriqueños” a la enorme comunidad de Puertorriqueños que vive o ha nacido en Nueva York. Su música es un crisol de culturas de tres continentes. “Obatalá” es un directo grabado durante el Festival de Jazz de Zurich a finales de 1988 en el que 10 músicos tocan versiones afrocaribeñas principalmente de Wayne Shorter o Thelonious Monk pero hipervitaminadas con instrumentos de percusión propios de la santería yoruba afrocaribeña como el tambor de ceremonia batá, el shékere africano, así como timbales, congas, etc. Con hasta 5 músicos tocando percusión, cuando Jerry deja los metales para tocar las congas y acompañados por el contrabajo del virtuoso Andy González, hermano de Jerry, no es un disco para pusilánimes. La música se desborda y el ritmo se hace con el control de la situación. El éxtasis y la liturgia quedan captadas a la perfección en una grabación que prioriza captar la magia del directo frente a obtener la mejor toma de sonido posible.
La intro de dos minutos nos prepara para el aluvión de jazz que nos espera. Así todos los músicos tocan en clave rítmica con frases cortas con un dominio del “obstinato” muy propio de derviches, santeros y otros ritos religiosos donde se busca entrar en trance por medio de la hipnosis de la repetición. Entra el clásico “Nefertiti” de Shorter donde Jerry toma el papel de Miles con su trompeta y el suave balanceo de las notas me encandila con la sensación de estar viendo a un gatito de pocos meses jugar con un ovillo de lana que se desmorona en el escenario. No tarda en entrar la sección rítmica con el característico cencerro de Steve Berrios tocando la clave afrocubana. Para cuando Larry Willis comienza su solo de piano, el vello se me eriza y me siento entre el público que grita entusiasmado intentando asimilar toda la complejidad rítmica de tamaño aquelarre musical.
La tímbrica viste a los instrumentos con su luz y color naturales. Nada suena forzado. Todo suena en su sitio y eso es decir mucho ante este caos organizado de 10 músicos sin piedad. La escena se acrecienta cuando la percusión se desmelena y la trompeta lucha por recobrar el cetro con su melodía.
No hay que dejarse engañar por sus 12 kilos y pico de peso. A mí me encantan los aparatos pesados como sacos terreros, pero reconozco que este McIntosh es un tanque con alas de mariposa. Comienza la canción que da título al disco. El Obatalá es una de las deidades de la religión yoruba y sincretiza con la Virgen de las Mercedes, patrona de Barcelona. Las congas de Jerry, los shékeres, los tambores batá y la clave caribeña son incuestionables protagonistas. Steve Berrios y Jerry González cantan en lo que parece un indescifrable dialecto criollo puertorriqueño de los indios aruhacos, ambos acompañados por los coros del “Flaco” Hernández y con el contrabajo de Andy que suena delicioso y vivo.
Sin querer subo el potenciómetro al 55% cuando arranca “Evidence” de Thelonious Monk. Este integrado tiene la maldad en los graves de un amplificador de estado sólido y la tridimensionalidad de las válvulas en los agudos. Pero es que tiene una zona media tan deliciosa que no sabes si está sonando a válvulas o a transistores, porque sencillamente con 20 minutos de escucha dejas de pensar en el mito, en la marca y en Ava Gardner que llamase a nuestra puerta: estás en la música y sólo con la música. “Evidence” suena como el gran banco de juguetones peces caribeños que la Fort Apache es. A ratos el colosal saxo de John Stubblefield toma las riendas para luego perderlas ante el robo descarado del trombón de “Papo” Vásquez. Y es que el MA252 nos ofrece una experiencia musical paradójica: por un lado nos pinta un gran cuadro coherente donde hay perspectiva e imagen de conjunto, pero luego nos deja disfrutar de la algarabía y las pequeñas escaramuzas de las pequeñas pinceladas. Esto es macro y micro dinámica al servicio del espectáculo.
“Siempre junto a ti” una balada firmada por Pepe Delgado sirve de descanso ante tanto ímpetu latino. Jerry González con trompeta con sordina y Larry Willis al piano suenan íntimos, evocativos, románticos pero sobre todo palpables. No importa la complejidad de los fraseos de Willis, el McIntosh nunca apelmaza las notas. Siempre hay aire y lo que es mejor, atmósfera. Y los normalmente sosos y comedidos suizos gritan y aplauden el solo de Larry Willis como si de latinos de sangre caliente se tratasen. Esto es música.
Puede que mi cuñado haya estado en Haití enclaustrado en un resort, con una pulsera de colores amarrada a la muñeca, tomando daikiris a mansalva, pero yo he sido abducido y transportado hasta la Suiza de hace 30 años para escuchar a un grupo de neoyorquinos con sangre puertorriqueña, que con ritmos norte-africanos versionan temas de Miles y Monk. Y todo gracias la magia de este pequeño gran McIntosh.
Otro mito de la cultura estadounidense es un grupo que ha vendido más de 100 millones de discos en todo el mundo. El cuarteto californiano The Doors. Su disco homónimo de debut cumplió 50 años el año pasado y sigue crudo y electrizante como el día de su lanzamiento.
Pruebo la sección de phono MM del MA252 con una reedición del sello Analogue Productions en doble vinilo de doce pulgadas y 200 gramos a 45. R.P.M y con una exquisita cubierta gatefold. “The Crystal Ship” nos trae al Jim Morrison poeta y reflexivo. Su voz llena la sala y la guitarra acompaña a esta sentida carta de despedida. Con esta canción íntima y con menos carga instrumental constato lo que con la turbamulta de The Fort Apache Band intuía, y es que el integrado consigue que cada nota musical se perciba como un ser vivo: nace, crece, se reproduce en preciosos armónicos que colman la sala, para luego desvanecerse sobre un fondo negro perfecto. Es bueno saber que las ventas en formato vinilo no sólo crecen cada año sino que el mercado está acompañando este resurgir con integrados que cuentan con cada vez mejores secciones de phono.
Alabama Song suena y la imagen de un circo psicodélico me viene a la mente. Con Light my Fire el órgano Vox de Manzarek consigue sacarme de estas cuatro paredes y llevarme muy lejos. Pero si hay un tema teletransportador es sin duda el que cierra el disco con el oportuno título “The End.” El delicado sonido de la pandereta es un grupo de tímidas luciérnagas vagando por el escenario y los platos de la batería suenan tan reales en su materialidad como místicos en su mensaje sonoro. El piano Rhodes nos mece y el Vox nos da palmaditas en la espalda. ¡Cómo algo hecho con tan pocos instrumentos puede sonar tan orquestal y masivo, tan épico, tan colosal! Y la voz de Jim Morrison vuelve a erizarme el bello y me deja con ganas de más. Vuelvo a poner la aguja al principio.
Este McIntosh MA252 no sólo es una máquina del tiempo que permite viajar 30 o 50 años atrás, sino que también viaja al futuro: pasas con él de la mañana a la tarde o de la tarde a la noche en un suspiro. Llena 20-25 metros cuadrados, hace su trabajo y desaparece de la sala.
Podría ser una máquina de ida pero también de vuelta. Apropiada tanto para quien quiere iniciarse en el Hi-End desde la melomanía como para quien las circunstancias personales o familiares lo obligan a replantearse un sistema más compacto. Así conozco aficionados a los que la paternidad les ha hecho transformar su sala dedicada al Hi-End a dedicada a la prole. Con sus 12 kilos de peso uno puede darse el gusto de colocarlo entre un par de columnas para disfrutarlo, no solo con los oídos sino con la vista, para luego volver a colocarlo a salvo de niños, mascotas y demás peligros bípedos y cuadrúpedos. Salvo en salas con muchos más metros cúbicos hay total garantía de que este híbrido no quedará en un souvenir barato.
De Nueva York cambiamos de costa a Los Ángeles y ahora nos vamos al interior. Le toca el turno al ganador del Grammy 2017 a la mejor interpretación orquestal. La Pittsburgh Symphony Orchestra dirigida por Manfred Honneck y el álbum Shostakovich Symphony No. 5 Barber Adagio en formato SACD Híbrido HDCD del sello Reference Recordings. Si para el CD de Jerry González he empleado una entrada RCA que aporta un sonido menos domesticado y con algo más de garra, para este SACD tras un par de pruebas opto por la entrada balanceada XLR, con algo menos de pegada pero con algo más de análisis.
La máquina del espacio tiempo me ha llevado hasta el crepúsculo, y por el ventanal del balcón las hojas de los falsos plátanos de Indias han dejado de moverse en lo que parece la calma que antecede a la tormenta. La tensión se masca en el ambiente y las Usher Diamond DMD 2 con sus 60 kilos de peso cada una desaparecen cuando llega la marcha y los metales bombardean la sala. No hay estridencias, ni sonido constreñido. El MA252 lleva trabando al 60% de su volumen durante horas y permanece frío con una temperatura sólo unos grados superior a la que tiene apagado. Se ve que los ingenieros no sólo han hecho unos disipadores con cuidada estética sino cumplen sobradamente con su función.
Sin ser un gran aficionado a la música clásica sé que la dinámica es fundamental para poder disfrutar de una escucha placentera y creíble. En el segundo movimiento el violín y el arpa suenan cantarines y juguetones, pero el resto de la orquesta suena masiva y vigorosa. Su tercer movimiento es el que más me gusta por su carácter introspectivo y sereno. Los vientos son como una nube que barrunta tormenta. Por el balcón entran los últimos rayos de luz del día y las ramas de los árboles van meciéndose cada vez con más ímpetu. La flauta entra en escena como zarandeándose sobre un perfecto fondo negro. Sus notas se desvanecen lánguidamente y caigo en la cuenta que seguramente el secreto para disfrutar de la música clásica sea simplemente escucharla sin ninguna expectativa ni consideración previas.
Llego al Adagio de Barber. Reconozco que ha sido el gancho para comprarme este SACD. Es la clásica música clásica de los que no solemos escuchar clásica –permítaseme la irónica anáfora–. Ha sido empleado en multitud de bandas sonoras de películas, series y no sé si en algún blasfemo anuncio de TV, porque tiene el don de transmitir lo inefable. La pérdida se palpa en cada nota. Ya sea el adiós de un ser querido o de un amor imposible. La vida son esos granos de arena de playa que se nos escapan entre las manos sin que haya tarro de cristal para turistas que pueda atraparlos. El vello se me vuelve a erizar y no es una frase hecha. Este integrado McIntosh consigue transmitir la música con tal intensidad y autenticidad que los sentimientos afloran desde mi interior.
Cuando uno se topa con un aparato como éste, palabras como trasientes, armónicos, decay, escena, punch, fondo negro, separación, foco, etc. son torpes herramientas con las que intentar describir lo inefable. Y pensar que se me antojó un juguete por lo que me transmitió el potenciómetro: las cosas no son como empiezan sino como acaban y para acabar con la selección musical vuelvo al formato analógico con un disco enorme y atemporal.
Harold Budd & Brian Eno With Daniel Lanois “The Pearl” (1984) en una primera edición U.S.A. en vinilo delgado como el papel de fumar pero con un sonido inmaculado. Música ambient, minimalista, neoclásica, contemplativa, introspectiva. No hay que confundir la depauperada, trillada y comercial música New Age –con sus pocas excepciones– con el género de géneros y subgéneros que es la música Ambient. Esta obra maestra cuenta con paisajes sonoros donde el piano con reverb analógica de Budd y los sintetizadores y efectos de Eno se hilvanan con la producción de Lanois. Cerca del impresionismo pictórico esta música nos pinta un cuadro con pocas notas que parecen alargarse en un decaimiento otoñal. El previo de fono respeta los silencios y la pretendidamente difusa escena. La microdinámica brilla con candor; si el diablo está en los detalles las válvulas de este integrado híbrido consiguen que cada nota tenga vida propia. El minimalismo necesita del detalle porque no hay una nota musical igual a otra, así se toquen una miríada de veces con el mismo dedo en el mismo piano.
“Their Memories” suena evocadora, espectral, cinematográfica y los colchones de sintetizadores de Brian Eno nos traen una bruma que parece mojar las paredes de la sala. Un mazo de viejas cartas pegadas unas a las otras por la humedad parece descansar abandonado en el fondo de una buhardilla. “The Pearl”, con notas como si de burbujas intentando alargar su efímera existencia se tratasen, nos transporta a un mundo color sepia donde no existen las prisas. “Foreshadowed” arranca las últimas hojas secas de un árbol. Cierro los ojos y siento como mi mundana sala de 22 metros se ha convertido en una vasta galería de un palacio en ruinas. 3,42 metros de anchura de sala y las Usher Mini Diamond DMD 2 se me antojan dos metros más distanciadas. “An Echo of Night” es una variación del tema de la primera cara “Against the Sky” aunque con sonidos de la naturaleza y unos sintetizadores tan desdibujados que suenan como si las cajas estuviesen en una charca pantanosa. “Still Return” nos pinta un amanecer nevado. El instante perfecto en el que la esperanza y el destino coinciden en la misma vía y no queda sitio para nada más.
El Mc252 es un integrado que seduce por su aspecto físico pero que te conquista y enamora por su esencia inmaterial. Ava Gardner se sentía desgraciada porque sabía que el mito de sí misma fagocitaba a su persona. Ava Gardner el animal con enormes ojos verdes. McIntosh MA252 la máquina con pequeñas válvulas verdes.
Una electrónica que no se cansa de devorar discos y que te deja medio café, ya frío, en la mesita auxiliar, porque llevas 30 minutos seguidos hasta que te das cuenta de que el disco hace minutos que terminó. Es el único chisporroteo que vas a escuchar en su fono. Con música en soporte digital o vía streaming parece no agotarse a la hora de extraer información y plasmarla con calidez y expresividad a raudales.
Otra paradójica falsa impresión que transmite es que parece que funciona mejor con volumen moderado-alto que a bajo volumen. No es eso: es que suena tan dúctil y tan contundente a la vez que nos entran ganas de estrujar el pote casi sin pensarlo y sus 100 vatios no se despeinan y dan la talla de sobra siendo más que suficientes para una sala de 25 metros, siempre que no tengamos unas cajas demasiado duras de mover.
También puede uno pensar erróneamente que funciona mejor con discos buenos que con discos con una toma de sonido más mediocre. Falso. No tardamos en hacer una regla de tres simple y pensar, si con ese disco que sé que no tiene una grabación del otro mundo suena así de bien, cómo sonará con este otro que sé que tiene una calidad magistral. Y claro está, tendemos a sacar nuestras joyas de la corona para ver qué tal sustancia la música este híbrido que no es que sea un entry-level es que entra por la puerta y uno ya no quiere que salga por siempre jamás.
Si a Luis Miguel Dominguín le faltaron pies para ir a contar lo suyo con Ava Gardner a mí me ha pasado algo digno de remarcar: cuando estaba escuchando a Jerry González y su Fort Apache Band, he tenido que salir de la sala a regañadientes porque han llamado al telefonillo quien ha resultado ser un repartidor de publicidad. Pues ha sido ese momento justo cuando no estaba en la habitación con Ava Gardner –léase McIntosh MA252– cuando más he interiorizado lo que esta máquina es capaz de transmitir.
Sentí que tenía en mi salón a una big band con 10 músicos puertorriqueños en jam session tocando sólo para mí. ¿Cómo iban a caber 10 músicos con sus instrumentos incluido el piano de Larry Willis y las congas de Jerry González en un salón de 22 metros? Sentí desde el umbral de la puerta que mi sala no tenía paredes ni techo y si me apuráis ni suelo. Todo parecía flotar como ese engañoso potenciómetro y todos los granos de arena de las playas de Puerto Rico cabían en un diminuto frasco de cristal.
Mi cuñado se lo pierde. Fijo.
McIntosh MA252 – 5900€
EQUIPO UTILIZADO PARA LA PRUEBA
Cajas acústicas
- Usher Audio Mini Dancer DMD 2
Amplificación
- Amplificador Integrado Yamaha A-S3000
Fuente Digital
- Reproductor de CD/SACD Yamaha CD-S3000
- iMac mid 2007 Core 2 Duo 2,4 GHZ y 6 gigas RAM DDR3 con disco duro interno SSD para sistema operativo y software
- Macbook Pro Retina Early 2015 con Intel Core i5 a 2,9 GHZ 8 GB de RAM DDR3 a 1867 MHZ y disco duro interno SSD de 500 GB
- Disco duro Wester Digital My Passport Ultra 2,5” y 2 tB para biblioteca musical
Fuente Analógica
- Giradiscos Acoustic Solid modelo Solid Wood con Brazo Rega RB-303 y cápsulas Denon DL-103 y Ortofon MC-3 Turbo.
Cableado y otros
- Regleta Furutech e-TP80e con cable de corriente Furutech G-314AG-18E
- Cables de altavoz Supra Classic 6.0 en bicableado con bananas Qed Airlock de 4mm crimpadas en origen en ambos extremos
- Cables de altavoz QED Silver Anniversary XT / CF con bananas Qed Airlock de 4mm crimpadas de origen en ambos extremos
- Cable de corriente Furutech G-320Ag-18-E en SACD
- Cable de corriente Cardas Golden Power Cord en Amplificador
- Cable USB Audioquest Carbon en Macs / SACD
- Cables de modulación RCA Groneberg Quattro Reference
- Cables de modulación RCA Ortofon
- Cables de modulación XLR Hivilux