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La marca Yamaha no necesita presentación por su popularidad, no sólo entre los aficionados a la Alta Fidelidad sino entre los amantes de las motos –yo mismo voy por mi cuarta Yamaha si las cuentas no me fallan…–. Fue en 1889 cuando se estableció la marca por primera vez, cuando el señor Torakusu Yamaha reparó con éxito un órgano en una escuela de Hamamatsu en Japón. Un par de cifras: a día de hoy Yamaha emplea en todo el mundo a más de 25.000 personas y ha fabricado más de 6 millones de pianos desde 1900.

Pero es cierto que Yamaha pasó una época muy centrada en el audio-vídeo, no en vano fue de las primeras japonesas en apostar muy seriamente por el Cine en Casa, y yo mismo recuerdo con añoranza aquel tremendo amplificador AV de principios de los noventa, el DSP 2070, que fue mi primera incursión en el tema. Yamaha se ha mantenido como una de las ”potencias” en AV y espero pronto probar una de sus últimas creaciones, pero se echaba de menos que la marca tuviera algo más de peso en el HiFi estéreo. Es algo que empezó a cambiar hace pocos años con sus series “S” de reproductores CD y amplificadores integrados, y que está siguiendo un camino lento pero seguro con esos productos, que empiezan a considerarse nuevos clásicos por parte de muchos aficionados gracias a que combinan una construcción ejemplar con una estética algo retro y un rendimiento sobresaliente.

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Lo que hoy probamos ha llegado después, es un producto recentísimo de hecho, y está a medio camino de esos supercapacitados receptores de audio-vídeo, y de los aparatos dedicados al estéreo. Es una nueva familia de reproductores en red, capaces de cualquier tipo de conexión actual, que cuenta con dos miembros en su familia: el WXA incluye en su interior unas etapas de potencia que lo capacitan para llevar todo el peso de la sonorización de una sala o habitación, mientras que el WXC está pensado para ser acogido en un equipo ya existente, al funcionar solamente como fuente o previo con su volumen regulable. Elegimos el segundo producto para probarlo en el entorno de nuestros equipos estéreo de pruebas: así es el Yamaha WXC-50.

Descripción

En una elegante cajita de apenas un palmo cuadrado y tres dedos de alta –mide exactamente 21 x 24 x 5 centímetros– tenemos un frontal sencillo dominado por un mando giratorio –para volumen cuando esté activado– con tres botoncitos y otros tres LED que indican su estado en varios códigos de colores, cuyo brillo se puede atenuar en varios pasos afortunadamente –menudo susto al encenderse la primera vez en las tinieblas de mi sótano–.

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Nada más por delante, compensa la enorme cantidad de conectores traseros: además de la toma de corriente –se alimenta directamente a 220V– tenemos dos entradas de sonido, una digital –sólo óptica– y otra analógica –RCA L y R duplicada con una salida bypass–, un conector RC45 de red, otro USB, dos jacks para la activación remota –entrada y salida– y otro jack para un receptor remoto de infrarrojos –aunque el del frontal es bastante sensible–. Todavía nos queda en el otro extremo la antena WiFi y las salidas: dos analógicas RCA de sonido estéreo –con volumen digital regulable si así lo activamos con un interruptor justo ahí detrás–, una RCA de subwoofer, y dos salidas digitales SPDIF –coaxial y óptica–. Realmente difícil echar algo de menos, pero como somos muy exigentes se hubiera llevado la matrícula de honor con una salida de auriculares frontal y una salida trasera USB para conectar a un DAC de esa forma, potencialmente mejor que la tradicional SPDIF sobre todo en modo asíncrono.

Es el turno de averiguar qué esconde la tapa, fácil de desmontar: enseguida se distingue el espacio disponible para las etapas de amplificación internas de la versión WXA –casi la mitad derecha entera del aparato–, vacío en este caso. La alimentación es como indiqué interna, y se ve una buena realización.

La placa base electrónica es de calidad y su disposición bien optimizada, pensando en minimizar las interferencias entre fuentes de ruidos electromagnéticos –alimentación, parte digital de control y red– y salidas analógicas. El receptor de red y el chip de proceso están de hecho encapsulados con chapa metálica, y la parte del chip de conversión de digital a analógico –DAC– es muy limpia y abierta.

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El chip en sí es nada menos que un Sabre, el modelo ESS9008 anterior al actual tope de gama –9018–, pero que comparte con aquél la arquitectura interior de ocho canales, en este caso usados 4+4 para los dos canales estéreo para mejorar la dinámica y la relación señal/ruido. Es el chip que usaba la primera versión del DAC “casero” Buffalo –monté uno y lo disfruté mucho tiempo– y tiene potencial para ofrecer una calidad de sonido muy alta. Decodifica de forma nativa PCM hasta 24 bit y 192 kHz, y también DSD sencillo es decir a 5’6MHz.

Todo esto sirve de poco si la placa, su alimentación y la salida analógica no están a la altura, pero Yamaha se ha esforzado usando por lo menos cinco reguladores diferentes para las alimentaciones y condensadores de calidad cercanos a los chips cuya alimentación filtran. Una parte analógica minimalista –lo permite ese chip– con operacionales completa el panorama. En resumen, una placa de muy buen nivel técnico y con el único “esoterismo” de usar un chip que está en boca de todos últimamente.

Puesta en marcha

El Yamaha llega con un mando a distancia tamaño tarjeta de crédito que funciona bien apuntando un poco, y el único indicativo de su funcionamiento son los citados LED que sólo muestran si está en marcha o en reposo y qué conexión usa, además del nivel de volumen cuando está activo: en tonos de violeta desde azul, bajo a rojo, alto. Lógicamente con este tipo de aparatos, se da por hecho que el usuario tendrá un móvil inteligente o tableta en casa para manejarlo de forma cómoda desde la aplicación dedicada –gratuita y bien traducida al español, bravo–. Pero siempre es bienvenida una pantalla que indique qué hace el aparato, o qué está sonando en ese momento, sin necesitar de acudir al móvil o tableta.

También es posible hacerlo con un ordenador, que fue mi elección en contra de lo que indicaba –usar el móvil– el sencillo y claro manual adjunto –para el manual completo hay que ir a la web del fabricante–. Yo quería comprobar si, sólo enchufándolo a la corriente y al cable de red, el Yamaha ya se daba a conocer en mi instalación: así fue, enseguida apareció en “mi red” como un punto de reproducción de música, y tras copiar su dirección IP en mi navegador descubrí su propio menú accesible desde cualquier punto de la casa.

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Esto es perfecto, porque de esta forma se asegura la perfecta compatibilidad con cualquier instalación y dispositivo. Por supuesto también comprobé que las aplicaciones –Yamaha Music Cast– tanto de iOS como de Android funcionan también perfectamente, aunque casi prefiero para la configuración usar el acceso web, cosa que puede hacerse con ordenador, tableta o móvil también, claro. Ahí podremos configurar además de múltiples opciones –ecualización, paso directo, etcétera que dejamos para nuestra escucha “purista” en lo que menos tocaba la señal– la conexión WiFi también.

En resumen, un diez a Yamaha en cuanto a facilidad de conexión y opciones de configuración, algo que me temo no siempre es el caso en reproductores de este tipo: cuando “dan guerra” es muy frustrante no ser capaz de hacer sonar el nuevo aparato recién llegado a casa.

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En cuanto a posibilidades una vez conectado, la lista de fuentes es larga porque además de las físicas –entrada óptica digital, entrada analógica que se digitaliza a 24 bit y 96kHz al entrar, entrada USB– tenemos las “lógicas”, es decir las accesibles a través de la conexión de red: los archivos compartidos en nuestra red por supuesto, acceso a emisoras de radio por internet, y también una serie de servicios de reproducción como Spotify, pero por desgracia no Tidal –aunque sí Qobuz… que no funciona en España–. Todas estas fuentes no sólo se pueden reproducir localmente, es decir desde el aparato en sí, sino que al estar en la red si tenemos otros Yamaha podremos compartir esa fuente, esa música, con los demás, por ejemplo para tener música en varias habitaciones de casa. Fácil y efectivo.

Escucha

Lo tenía claro de entrada, pero lo fui confirmando a medida que lo usaba: el Yamaha tiene dos facetas, la de “fuente digital” para un equipo que bien puede ser de muy alto nivel, y la de “cerebro central” para un equipo con menos pretensiones y más práctico o sencillo. Para lo primero, lo usé tanto de fuente digital –salidas digitales– como analógica usando su DAC interno, en mis equipos estéreo del sótano y del salón. Para lo segundo, me acompañó también en el sótano conectándolo a unas cajas activas, y en mi habitación-despacho.

Para empezar a conocerlo lo usé de la segunda forma, es decir dejando activado el interruptor trasero en “pre-amp” –control de volumen activo– y sonando con música de fondo. Suelo usar Tidal y eso me ha alejado de Spotify, porque la diferencia en calidad de sonido entre ambos servicios es notable: incluso con suscripción Premium, Spotify sigue emitiendo compresión con pérdidas. Pero como rodaje y para irlo descubriendo, me vino muy bien el servicio del logo verde, y además me sirvió para precisamente seguir conociendo música; la verdad es que la lista de “descubrimiento semanal” es un gran acierto, por ejemplo, y también lo son las listas de reproducción temáticas.

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El sencillo equipo que monté para estas pruebas, con el Yamaha WXC-50 de “núcleo” recibiendo señales por red y ocasionalmente vía digital de un lector óptico CD/DVD, resultó fantástico. La salida de previo alimentaba unos eficaces monitores activos JBL, más adelante les añadí la ayuda de un subwoofer cuyo ajuste fue muy sencillo, y sinceramente que solamente con esto la gran mayoría de personas quedarían más que satisfechas con el nivel de sonido alcanzado.

El siguiente paso fue aprovechar la presencia en mi sótano de unas destacables cajas a prueba, las Golden Ear Triton One. Se trata de columnas cuyos graves son activos, es decir tenemos en la práctica un sistema “2.2” que alimenté con el Yamaha y la ayuda de una etapa estéreo de válvulas en modo “single end” con un espléndido triodo 300B por canal. El resultado era un sonido más refinado, delicioso en ocasiones y contundente en otras, siempre en función de la música elegida. En ningún momento pensabas que tenías “mandando” el sistema, como fuente y control de su volumen, algo tan asequible como este Yamaha: excelente.

Al final llegó la hora de la verdad, en el equipo del salón y con las cajas B&W 802D pero, sobre todo, frente a mi Linn Akurate DSM, un aparato que es a la vez reproductor en red, convertidor DAC y previo todo en uno. Aquí –y para comparar todas las opciones– el Yamaha estaba conectado tanto por su salida digital, usando pues el DAC del Linn, como por analógico –el Linn sólo actúa como previo analógico puro–. Y el Yamaha superó la prueba otra vez con nota muy alta: su sonido con su DAC interno era algo más oscuro que el del escocés, pero las diferencias eran como se suele decir más pecados de omisión que de agresión, es decir sonaba muy agradable y perfectamente disfrutable a largo plazo, sólo que con algo menos de información. La sorpresa fue que como fuente digital pura usando el DAC del Linn, no era fácil distinguir cuándo sonaba el WXC-50 y cuándo lo hacía el “render” interno del propio Linn, y sólo con cortes bien conocidos y “buscando” las diferencias se apreciaba algo mayor profundidad de escena y un grave algo más contundente y extendido en el Linn, y un sonido más refinado en medios y agudos, con más apertura en las frecuencias más altas… Pero todo muy sutil como digo, mucho más que la diferencia de precio entre ambos aparatos, a decir verdad el Linn cuesta unas 15 veces lo que el Yamaha. Prueba superada con nota muy alta: el Yamaha tiene bien merecido su sitio en el equipo de cualquier aficionado.

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Comentar también que la conexión Bluetooth me sorprendió por su robustez. Con otras probadas los cortes empezaban en cuanto te alejabas más de 4 o 5 metros, pero aquí llegué a estar a 8 o 10 metros con dos paredes entre medias para apreciar cortes. Soporta los protocolos estándar –SBC y AAC– pero no el más avanzado para audio aptX, lástima, y no hay que escuchar muy críticamente para apreciar la compresión aplicada al audio. Es útil para sonorizar una sala o casa, de fondo, pero nada más. Por cierto, el Yamaha puede actuar también como fuente Bluetooth, no sólo como receptor: podemos usarlo para unos auriculares en casa y evitaremos gastar la batería del móvil.

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Conclusión

El Yamaha WXC-50 es un aparato realmente versátil: sirve como fuente de virtualmente cualquier formato gracias a sus entradas –digital, analógica, Wifi, red, USB, Bluetooth–, sirve como previo para atacar directamente una etapa o monitores activos, y sirve como distribuidor musical para funciones multi-habitación e incluso para unos auriculares inalámbricos. Durante las semanas que lo tuve, siempre sonando sin parar, no me dio ni un problema, “cuelgue” o fallo, y siempre respondió a mis peticiones ya fuera con el mando a distancia, vía móvil/tableta o desde el ordenador –o tableta– con el control web. Sólo por eso es un producto destacable, pero es que además optimizando su configuración y usándolo en un equipo de referencia ofrece un nivel de sonido muy por encima de lo que su precio podría hacer pensar. Me alegra mucho poder recomendar efusivamente un producto que comparte nombre con mi marca de motos favorita.

Puntos destacados

Sólido reproductor en red con buena salida analógica (DAC interno Sabre)
Excelente salida digital para DAC externos
Conectividad perfecta para uso en equipos sencillos (como previo)
Compatibilidad DLNA completa (PCM hasta 192/24 y DSD)
Compatible con la mayoría de servicios (incluyendo AirPlay y Spotify)
Gran polivalencia (modo multihabitación, emisor Bluetooth)
– Falta ser compatible con Tidal
– Sin pantalla (necesitamos móvil o tableta)

PVP: 399 euros

Distribuye Gaplasa www.yamaha.maygap.com

FICHA TÉCNICA

Reproductor en red uPnP/DLNA compatible con Spotify, Qobuz, AirPlay y radio online. Reproductor de archivos vía USB (1 entrada). Formatos admitidos: PCM de 44 hasta 192 kHz y de 16 a 24 bit, DSD64. Entradas: RCA analógica (con salida bypass), digital óptica Toslink, red RJ45, WiFi, Bluetooth. Salidas: RCA analógica estéreo, RCA mono para subwoofer, digital óptica Toslink y coaxial SPDIF. Respuesta en frecuencia: mínimo 10 Hz a 40kHz (+0, -3dB). Distorsión THD (20 Hz a 20kHz) 0’003%. Relación señal/ruido: 112dB (digital), 98dB (AUX in). Niveles e impedancia de salida: 2V (470 Ohm) pre-out (nivel máximo con Gain +6dB es 4V), 4V (470 Ohm) subwoofer. Consumo máximo 2W (1’4W en standby con red activa, 0’1W en reposo). Dimensiones: 214 x 246 x 51’5 mm. Peso: 1’4 kg.

EQUIPO UTILIZADO PARA LA PRUEBA

Cajas acústicas

  • Golden Ear Triton One
  • B&W 802D
  • Allegro by Ramallo
  • JBL LSR 4326 (monitores activos)

Amplificación

  • Linn Akurate DSM (previo)
  • Hypex Ncore 400 (etapas monofónicas)
  • Ars Sonum Gran Filarmonía (integrado estéreo)

Fuentes

  • Linn Akurate DSM (DAC y reproductor en red)
  • Meridian 568.2mm (DAC y previo)

Cableado

  • Nordost, Kimber, Siltech

 

 

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