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Puesta en marcha

El Yamaha llega con un mando a distancia tamaño tarjeta de crédito que funciona bien apuntando un poco, y el único indicativo de su funcionamiento son los citados LED que sólo muestran si está en marcha o en reposo y qué conexión usa, además del nivel de volumen cuando está activo: en tonos de violeta desde azul, bajo a rojo, alto. Lógicamente con este tipo de aparatos, se da por hecho que el usuario tendrá un móvil inteligente o tableta en casa para manejarlo de forma cómoda desde la aplicación dedicada –gratuita y bien traducida al español, bravo–. Pero siempre es bienvenida una pantalla que indique qué hace el aparato, o qué está sonando en ese momento, sin necesitar de acudir al móvil o tableta.

También es posible hacerlo con un ordenador, que fue mi elección en contra de lo que indicaba –usar el móvil– el sencillo y claro manual adjunto –para el manual completo hay que ir a la web del fabricante–. Yo quería comprobar si, sólo enchufándolo a la corriente y al cable de red, el Yamaha ya se daba a conocer en mi instalación: así fue, enseguida apareció en “mi red” como un punto de reproducción de música, y tras copiar su dirección IP en mi navegador descubrí su propio menú accesible desde cualquier punto de la casa.

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Esto es perfecto, porque de esta forma se asegura la perfecta compatibilidad con cualquier instalación y dispositivo. Por supuesto también comprobé que las aplicaciones –Yamaha Music Cast– tanto de iOS como de Android funcionan también perfectamente, aunque casi prefiero para la configuración usar el acceso web, cosa que puede hacerse con ordenador, tableta o móvil también, claro. Ahí podremos configurar además de múltiples opciones –ecualización, paso directo, etcétera que dejamos para nuestra escucha “purista” en lo que menos tocaba la señal– la conexión WiFi también.

En resumen, un diez a Yamaha en cuanto a facilidad de conexión y opciones de configuración, algo que me temo no siempre es el caso en reproductores de este tipo: cuando “dan guerra” es muy frustrante no ser capaz de hacer sonar el nuevo aparato recién llegado a casa.

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En cuanto a posibilidades una vez conectado, la lista de fuentes es larga porque además de las físicas –entrada óptica digital, entrada analógica que se digitaliza a 24 bit y 96kHz al entrar, entrada USB– tenemos las “lógicas”, es decir las accesibles a través de la conexión de red: los archivos compartidos en nuestra red por supuesto, acceso a emisoras de radio por internet, y también una serie de servicios de reproducción como Spotify, pero por desgracia no Tidal –aunque sí Qobuz… que no funciona en España–. Todas estas fuentes no sólo se pueden reproducir localmente, es decir desde el aparato en sí, sino que al estar en la red si tenemos otros Yamaha podremos compartir esa fuente, esa música, con los demás, por ejemplo para tener música en varias habitaciones de casa. Fácil y efectivo.

 

Escucha

Lo tenía claro de entrada, pero lo fui confirmando a medida que lo usaba: el Yamaha tiene dos facetas, la de “fuente digital” para un equipo que bien puede ser de muy alto nivel, y la de “cerebro central” para un equipo con menos pretensiones y más práctico o sencillo. Para lo primero, lo usé tanto de fuente digital –salidas digitales– como analógica usando su DAC interno, en mis equipos estéreo del sótano y del salón. Para lo segundo, me acompañó también en el sótano conectándolo a unas cajas activas, y en mi habitación-despacho.

Para empezar a conocerlo lo usé de la segunda forma, es decir dejando activado el interruptor trasero en “pre-amp” –control de volumen activo– y sonando con música de fondo. Suelo usar Tidal y eso me ha alejado de Spotify, porque la diferencia en calidad de sonido entre ambos servicios es notable: incluso con suscripción Premium, Spotify sigue emitiendo compresión con pérdidas. Pero como rodaje y para irlo descubriendo, me vino muy bien el servicio del logo verde, y además me sirvió para precisamente seguir conociendo música; la verdad es que la lista de “descubrimiento semanal” es un gran acierto, por ejemplo, y también lo son las listas de reproducción temáticas.

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El sencillo equipo que monté para estas pruebas, con el Yamaha WXC-50 de “núcleo” recibiendo señales por red y ocasionalmente vía digital de un lector óptico CD/DVD, resultó fantástico. La salida de previo alimentaba unos eficaces monitores activos JBL, más adelante les añadí la ayuda de un subwoofer cuyo ajuste fue muy sencillo, y sinceramente que solamente con esto la gran mayoría de personas quedarían más que satisfechas con el nivel de sonido alcanzado.

El siguiente paso fue aprovechar la presencia en mi sótano de unas destacables cajas a prueba, las Golden Ear Triton One. Se trata de columnas cuyos graves son activos, es decir tenemos en la práctica un sistema “2.2” que alimenté con el Yamaha y la ayuda de una etapa estéreo de válvulas en modo “single end” con un espléndido triodo 300B por canal. El resultado era un sonido más refinado, delicioso en ocasiones y contundente en otras, siempre en función de la música elegida. En ningún momento pensabas que tenías “mandando” el sistema, como fuente y control de su volumen, algo tan asequible como este Yamaha: excelente.

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