Generalmente cuando pensamos en nuestras cajas acústicas ideales, al menos a mí, vienen a la mente imágenes de grandes cajas de pie, capaces de reproducir con autoridad y precisión tanto las frecuencias medias y agudas, como las graves. Muy a menudo sin embargo nuestras salas no son aptas para alojar este ese tipo de cajas, bien porque su tamaño impone unas dimensiones mínimas, o porque su presencia condiciona en exceso la estética de los salones de muchas casas en las en las que, además de escuchar música, se desarrolla gran parte de la vida familiar.
¿Modos, resonancias?
Pero, ¿por qué resulta tan difícil conseguir una correcta reproducción de las frecuencias graves? Sencillamente porque generalmente los altavoces y cajas acústicas suelen diseñarse de forma que produzcan una respuesta en frecuencia plana, medida en ausencia de cualquier tipo de sonido reflejado por las paredes de la sala, es decir, en condiciones anecoicas. El problema es que, en condiciones normales, las salas tienen una importante influencia en el sonido que escuchamos, que no es sino una suma del sonido directo de los altavoces más el sonido reflejado por la propia sala.
El impacto de la acústica de nuestras salas es especialmente importante para frecuencias menores (más graves) que la Frecuencia de Schroeder. Esta frecuencia es propia de cada sala, e indica la frecuencia máxima hasta la cual los modos de las salas son la característica dominante en el comportamiento acústico de las mismas. En las salas con paredes paralelas, las ondas sonoras rebotan una y otra vez entre dichas paredes, pudiendo dar lugar a la aparición de los denominados modos de la sala, cuyos efectos pueden afectar de forma importante a la respuesta en graves de un equipo, en una cierta sala. Estos modos no son más que el conjunto de frecuencias en las que el sonido posee un comportamiento resonante. Estas frecuencias resonantes son características de cada sala y están determinadas por las dimensiones de las mismas. Concretamente, las frecuencias resonantes más importantes son básicamente aquellas cuya longitud de onda (o semionda) coincide con la distancia entre dos paredes paralelas, así como los múltiplos de estas, y dan lugar a los denominados modos axiales. Otros tipos de modos con menor impacto acústico son los tangenciales y oblicuos. Cabe decir que La existencia de modos en una sala provoca una alteración del sonido que escuchamos, de tal modo que cuando en un programa musical aparecen dichas frecuencias modales, las mismas se ven reforzadas por la resonancia producida en la sala, de forma que poseen una energía mayor, escuchándose más fuertes y tardando, además, más tiempo en extinguirse. Como consecuencia, por decirlo de alguna forma, estas frecuencias ensucian o enmascaran el resto de las frecuencias, haciendo que el equilibrio tonal de un equipo se desplace hacia las frecuencias graves y que estos graves presenten un carácter pesado, lento y poco articulado, y restando transparencia a las frecuencias medias y altas.
Pero, a diferencia con lo que ocurre con frecuencias medias o agudas, el problema añadido es que las frecuencias graves poseen una energía mucho mayor por lo que, para controlarlas de forma efectiva, es generalmente necesario el empleo de elementos acústicos pasivos de grandes dimensiones con los que, además, no siempre obtenemos los resultados deseados. No es de extrañar pues que el control de estas frecuencias sea un terreno abonado para proliferación de otro tipo de técnicas, entre las que la aplicación de tecnologías basadas en el procesado digital de la señal (DSP) dispone de un buen número de exponentes y seguidores.
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